La Comunión en la mano (2ª parte)


“Recibir la Eucaristía” es un gesto sacramental

Hemos dicho que el modo como se realiza el gesto de recibir la Eucaristía -en la mano o en la boca- de por sí no tiene demasiada importancia. Pero con ello no queremos decir que el gesto de recibir el pan consagrado sea un gesto desprovisto de significado. Una cosa es, en efecto, la manera concreta de realizar este signo, otra la presencia y valoración del signo como tal.

Subrayar este extremo es importante. En algunos lugares, en efecto, se está extendiendo una práctica que compromete en parte el sacramentalismo eucarístico: tomar personal y directamente del altar el pan eucarístico, o por lo menos el cáliz, sin el servicio de un ministro que lo ofrezca. Precisamente porque tomar directamente la Eucaristía empobrece el signo, esta práctica ha sido explícitamente reprobada (Instructio tertia, n. 6, c; Notitiae 7 (1971) 18).

Que un laico -hombre o mujer- ayude al que preside a distribuir la Eucaristía es algo que está en manos del obispo, o incluso del sacerdote si así lo ha dispuesto el obispo, como es el caso de muchas diócesis españolas (cf. Instrucción“Inmensae Caritatis” 1,1 y II: Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, p. 133); en cambio tomar uno mismo del altar el pan o el cáliz ni el obispo puede permitirlo, pues ello disminuirá el simbolismo sacramental de la Eucaristía.

La Eucaristía, en efecto, es una fiesta y en una fiesta siempre hay servidores que atienden a los invitados. Cristo mismo -el que de sí mismo dijo que no había venido a ser servido sino a servir (cf. Mt 20,28)- ofrece su Cuerpo y su Sangre por manos de los ministros -ordenados o laicos- a los invitados a su mesa. Ir directamente al altar y coger el pan o el cáliz, más que una fiesta, parecería un “self-service”, sería expresión de una comida individualista y sólo utilitaria en la que, a lo máximo, cada uno de los comulgantes se pondría en comunión con “su Dios” prescindiendo de la Iglesia que lo invita y que le sirve.

Otro motivo por el cual no es conveniente el gesto de tomar uno mismo la Eucaristía es porque en este caso se suprimiría la antiquísima y expresiva fórmula, ya usada por los primitivos cristianos según el testimonio del más antiguo ritual que existe (Hipólito, 235), con el que cada uno de los fieles manifiesta su fe en el misterio eucarístico en el momento de comulgar. Y aquí será bueno recordar que la fórmula “El Cuerpo de Cristo” y “La sangre de Cristo” no son fórmulas presidenciales sino simplemente ministeriales. Si un laico ayuda a distribuir la Eucaristía debe, como el obispo o el presbítero, decir a cada uno de los comulgantes esta fórmula para que, antes de comer el Cuerpo del Señor o beber su Sangre, pueda el fiel profesar su fe, respondiendo el “Amén” ritual.

Los exégetas están hoy de acuerdo en afirmar que los relatos evangélicos de la multiplicación de los panes constituían y a para la comunidad primitiva que los compuso una alusión de la Eucaristía a la que estaban habituados. Dicho de otra forma: cuando los evangelistas recuerdan el milagro de Jesús, están pensando en la celebración de la Eucaristía de la comunidad cristiana. Las alusiones litúrgico-sacramentales del vocabulario lo hacen evidente: hay fracción del pan, acción de gracias, se habla de fragmentos y de pan roto, se recogen cuidadosamente los fragmentos que sobran. Pues bien: en este relato es Cristo mismo (según el relato de Juan), quien como en la institución de la Eucaristía, reparte el pan o bien hace que los apóstoles hagan lo propio (según el relato de los sinópticos).

Así se hace también en la celebración eucarística: o el que preside reparte la Eucaristía, o él la pone en manos de otros ministros para que ellos le ayuden en la distribución. Nunca la Iglesia -ni en Oriente ni en Occidente- ha olvidado este gesto del Señor y por ello, en el banquete eucarístico, el pan y el vino eucarístico siempre han sido distribuidos por algún ministro.  (en breve la 3ª parte)

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