Comenzamos a publicar una serie de artículos del Dr. D. Pedro Farnés Scherer, Profesor de la Facultad de Teología de Barcelona y del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona y Consultor de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos. El padre Farnés está considerado como uno de los principales liturgistas de la actualidad. Ha sido de gran importancia en la depuración de las celebraciones del camino neocatecumenal y supone un autentico baluarte en estos temas del actual equipo responsable internacional.
Desde este espacio os ofreceremos diversos artículos y entrevistas que, aunque extensos, nos ayudarán con total seguridad a aumentar nuestro amor hacia el Señor mediante el amor a la liturgia.
Que los disfrutéis.
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La celebración litúrgica en pequeños grupos
La celebración de la Eucaristía en pequeños grupos plantea hoy en algunos casos una innegable problemática, no desprovista de dificultades tanto desde un punto de vista histórico como desde los ámbitos jurídico, pastoral, pedagógico e incluso teológico. La cuestión no es ciertamente nueva. Baste recordar, por ejemplo, a los Padres de los Concilios Visigodos legislar sobre las misas celebradas en un oratorio privado en vistas al cumplimiento dominical o a las matizaciones de los documentos emanados de la Santa Sede con posterioridad al Vaticano II a los que luego nos referiremos. La conveniencia, significatividad e incluso legitimidad de estas misas ha cobrado recientemente nueva incidencia y ha originado discusiones y controversias y no pocas consultas llegadas a nuestra revista piden una respuesta aclaratoria. Abordar esta cuestión apuntando pautas que aclaren algunos puntos es lo que pretendemos en esta aportación.
1. Las pequeñas asambleas eucarísticas en la historia
Desde el ángulo de la historia no puede negarse que, junto a las grandes asambleas festivas, han existido en todas las épocas grupos más reducidos de fieles que celebraron en pequeñas asambleas los misterios cristianos. Estas pequeñas asambleas aparecen ya en los orígenes de la Iglesia: el mismo hecho del número reducido de fieles las hizo necesarias en los comienzos. Más adelante, cuando la Iglesia pasó a ser una gran comunidad, las celebraciones eucarísticas con pocos fieles continuaron existiendo: las pequeñas capillas, que se edifican mucho antes de que aparezcan los altares laterales, son testimonio de estas, como lo son también algunos de los libelli missarum contemporáneos y sobretodo posteriores a los sacramentarios.
2. Qué sabemos sobre cómo celebraban la Eucaristía las pequeñas asambleas en la antigüedad.
Sobre los modos concretos de celebrar la Eucaristía en las pequeñas comunidades sabemos en realidad muy poco. De las grandes asambleas, en cambio, conocemos bastantes detalles. De ellas se sabe, por ejemplo, que la liturgia se organizaba siempre a base de un gran número de ministros. De aquí precisamente es fácil deducir que nadie llegaba a ser presidente de la Eucaristía –dicho de otra forma, que nadie llegaba al episcopado o al presbiterado- sin haber pasado largos años ejerciendo diversos ministerios (acólito o escolán, lector, cantor, subdiácono, diácono etc) Este “cursus” progresivo que lleva finalmente a la presidencia de la Eucaristía tiene una importante consecuencia para nuestra cuestión: si los antiguos códices apenas aportan rúbricas sobre las maneras de celebrar es posiblemente porque estos modos ya se habían aprendido, con el mismo ejercicio de los diversos ministerios. Por ello se comprende que los antiguos sacramentarios sean tan parcos en dar explicaciones sobre los ritos que deben ejecutarse y acostumbren a dar simplemente las oraciones sin ninguna explicación.
3. Las liturgias de pequeña asamblea en Roma y en las Galias
Para saber cómo eran las antiguas celebraciones de las asambleas pequeñas hay un detalle importante: las descripciones ceremoniales antiguas que han llegado a nosotros – Los Ordine Romani- y que influenciaron en los ceremoniales medievales de las pequeñas iglesias, parten siempre de los ritos romanos de las grandes celebraciones (episcopales o por lo menos de las grandes iglesias). Estos relatos estaban destinados a aquellos clérigos galicanos obligados a pasar de su liturgia local que conocían por la práctica a la nueva liturgia importada de Roma de la que, en cambio, no tenían ningún conocimiento. En este momento deben, pues, aprenderlo todo de nuevo y para ello envían observadores a las iglesias romanas a fin de que describan los ritos de las basílicas para poder así imitarlos. Ahora bien, lo que los enviados van a mirar y luego describen son las solemnes liturgias de las basílicas, nunca las celebraciones presbiterales más sencillas de las pequeñas iglesias. Para adoptar, pues, la liturgia romana los presbíteros galicanos solo pudieron servirse de los relatos que describían las liturgias solemnes, nunca, por el contrario, llegarán a conocer la liturgia romana de los títulos presbiterales. Fue, pues, a base de liturgia romana solemne como fueron aprendiendo la nueva práctica litúrgica; se vieron obligados por tanto, no solo a adoptar los ritos de roma, sino también a adaptarlos a sus pequeñas asambleas.
Un ejemplo puede ayudar a comprender lo que decimos: el cortejo Papal del inicio de la Misa consistía en una procesión solemne acompañada por un largo canto, propio para cada celebración; para ello las basílicas papales tenían medios abundantes (ministros, cantores, etc.) Los Ordines Romani lo describen con detalle. Pero cuando estas descripciones llegan a las pequeñas iglesias de Francia éstas no tienen medios para realizar una liturgia tan solemne; ¿Qué hacer, pues, en una pequeña iglesia? Como, por otra parte, nos hallamos ya en una época poco creativa, con una liturgia celebrada en una lengua que el pueblo ya no comprende (con frecuencia ni los ministros) no hubo otro remedio que simplificar y adaptar el rito solemne (la época litúrgicamente ya enquilosada no hace posible imaginar la creación de nuevos ritos): el mismo celebrante –o un lector- cantará –muy pronto rezará- el canto; así el canto de entrada se convierte en un texto leído por el mismo celebrante al comienzo de la Misa.
4. Desde la antigüedad hasta nuestros días han existido celebraciones eucarísticas en pequeña asamblea
Del hecho de que no sepamos casi nada sobre los modos celebrativos de las pequeñas asambleas no puede deducirse que estas pequeñas asambleas con sus modos celebrativos más sencillos en la antigüedad no existieran. Si sus descripciones no han llegado hasta nosotros es simplemente porque sus ritos eran fáciles y se transmitían por la costumbre; solo cuando en las Galias se pasó bruscamente de la liturgia autóctona a la importada se sintió la necesidad de describir los ritos desconocidos para adaptarlos a las nueva situación.
Las pequeñas asambleas, con sus ritos más sencillos, no solo existieron, (tanto en Roma como en las Galias y España) sino que fueron mucho más frecuentes que las solemnes liturgias. No conocemos ciertamente cómo celebraban las misas las pequeñas comunidades, pero sí que tenemos noticias esporádicas de su existencia. En la Admonitio Synodalis (s. IX) por ejemplo, se nos dice que para su celebración haya por lo menos “un clérigo o escolar que lea la epístola o la lectura, responda al celebrante y con él cante los salmos” (Pl 132, 456)
La historia posterior es al respecto bastante mejor conocida, sobretodo por lo que se refiere a las asambleas de los pequeños monasterios. Los primeros monjes acostumbraron a participar los domingos en la asamblea local, más o menos solemne, según los medios de la comunidad a la que se incorporaban. Muy pronto los monasterios llamaron a un presbítero para que celebrara en el oratorio monástico –como lo hacen hoy los monasterios de monjas- y poco después pidieron la ordenación de algún miembro de la comunidad para presidir en su Iglesia la Eucaristía, incluso dominical, en su pequeña asamblea monástica.
Por este camino la celebración con la pequeña asamblea monástica –más tarde, cuando la mayoría de monjes fueron presbíteros, incluso sin asamblea- se fue haciendo cada vez más frecuente, llegando la decadencia hasta desaparecer incluso el concepto mismo de que la Eucaristía, por su propia naturaleza, es celebración comunitaria de la Iglesia como tal y se hizo común la llamada “misa privada” que cada vez se consideró más como acto de devoción personal que como celebración comunitaria.
5. Qué debe decirse desde la teología acerca de la celebración eucarística en pequeña asamblea
Constatada la existencia de celebraciones en pequeña asamblea, cabe preguntarse aún si celebrar la eucaristía con un pequeño grupo, sobretodo si se trata de la misa del domingo, tiene una verdadera justificación teológica.
Lo primero que debe decirse a este respecto es que teológicamente hablando toda acción litúrgica –la Eucaristía sobretodo- es, por su propia naturaleza, celebración de la Iglesia (Sacr. Conc. 26). La Eucaristía celebrada por un pequeño grupo –en el caso extremo incluso por el solo ministro- continúa siendo, por tanto, acción de la Iglesia, nunca celebración del pequeño grupo que está visiblemente reunido; y es acción de la Iglesia con la misma realidad ontológica que la Misa celebrada en una gran asamblea. Con todo rigor teológico hay que afirmar que el pequeño grupo reunido para celebrar la misa hace presente a la Iglesia con la misma realidad que la misa participada por la asamblea parroquial. Decir que un grupo de bautizados, presididos por un presbítero, está desvinculado de la gran Iglesia, estaría en abierta contradicción con lo que siempre ha creído y enseñado la Iglesia. Bastaría recordar lo que dice el nuevo Código de Derecho Canónico: “la celebración eucarística….aunque no cuente con la presencia de fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia” (c. 904). Si incluso en el caso extremo del sacerdote que celebra sin pueblo la misa continúa siendo verdadera acción de Cristo y de la Iglesia ¿Podría negarse la plena eclesialidad de una misa celebrada con la participación de un grupo reducido de bautizados? Teológicamente no puede, pues, admitirse –algunas veces lo hemos oído- que la misa celebrada en pequeño grupo es menos eclesial que la de una asamblea parroquial o que las misas con participación más reducida rompen la unidad de la Iglesia y son en cierta manera casi acciones cismáticas frente a la celebración parroquial. En el fondo tales afirmaciones reflejarían que se da más importancia a la materialidad de la asamblea –grande o reducida- que a la presencia del Señor, agente principal y cabeza e toda asamblea, grande o más pequeña.
A la objeción, por tanto, de que las misas celebradas en pequeña asamblea les falta la nota de eclesialidad y que vienen a constituir como una iglesia paralela, separada de la comunidad parroquial, debe responderse que las celebraciones en pequeño grupo, al igual que las grandes asambleas son verdadera presencia de la única Iglesia de Cristo que actúa con y para su cuerpo que es la Iglesia. La misa, siempre y por su propia naturaleza es celebración de la Iglesia como tal, nunca de un grupo, ni reducido ni amplio. Ni la misa en una gran asamblea presidida por el Obispo con su presbiterio y su pueblo, ni la misa celebrada por un sacerdote solitariamente, ni la misa participada por un pequeño grupo de fieles están desvinculadas y separadas de la gran asamblea que es la Iglesia universal de Jesús. Es esta precisamente la razón por la que nunca ningún ministro, ni que celebre solo, ni una asamblea pequeña o numerosa, puede organizar la misa como si fuera su celebración, su misa. Nadie, ni ningún grupo, ni ningún ministro puede apropiarse la misa como celebración propia, ni puede pretender ser la Iglesia. Las diversas asambleas –sean grandes o pequeñas- forman ciertamente parte de la Iglesia, están incorporadas a la misma, la hacen presente en un tiempo y lugar determinado, pero solo son iglesia en cuanto están vinculadas a la gran asamblea eclesial. De aquí la necesidad –el signo o sacramento- de usar en toda celebración los ritos eclesiales, nunca los que uno podría preferir en su devoción o teología individual (Cf. Sacr. Conc. 22,3)